Cuenta mi madre que cuando era pequeño y se hacia de noche, me ponía a gritarle a la Luna, ahora, después de mi experiencia, he pensado sobre ello y estoy seguro que yo siempre supe qué o quién era la Luna.
Pasé parte de mi infancia en Perú, donde mi padre era funcionario en la embajada de mi país, Yllari, nuestra nana, era la viva representación del orgulloso pueblo que dominó esas tierras. Era la mujer más bella que había visto jamás. Gran conocedora de la antigua religión y sus dioses nos tenía fascinados a mis hermanos y a mí cuando nos contaba leyendas sobre el origen del mundo, la vida de Apocatequil y Piguerao, sobre el dios de la venganza Çupay, Mana-cocha, la madre mar, y mi adorada y preferida Mama Quilla. Años después cuando regresamos a Europa siempre llevé en mi memoria la imagen de Yllari, con sus rasgos de princesa inca, y el nombre de Mama Quilla, como si de un solo ser se tratase.
Desde hacia muchos meses lo único que veíamos desde nuestra posición era a nosotros mismos y cuando llegaba la noche a esa hermosa luna que nos acompañaba; yo siempre pensaba que esa luna que yo veía era la misma que veían mis compañeros junto a mí y aquellos que me habían dicho eran mis enemigos frente a mí.
Cierta noche brillaba más que nunca, había más claridad y fue para nosotros como supongo es para los felinos que pueden ver a través de la noche, podía distinguir con claridad todo lo que me rodeaba, recuerdo que alcé los ojos para verla, era tan fulgurante que resultaba extraño que pudiese mirarla, escuché los susurros y las exclamaciones de mis compañeros cuando vimos que la luna perdía su forma y se transformaba en algo que no logré distinguir, un disco de plata del que emanaban rayos, y que se dirigía a nosotros, lo más extraño, es que no se extinguió la luz en el cielo, sino que ésta se hacía más intensa a medida que aquello se acercaba a nosotros.
Nadie sintió miedo, sólo nos embargaba la paz, cuando estuvo cerca vimos que la luna se había convertido en una hermosa mujer, era Mama Quilla, la reconocí por sus cabellos negros como la noche y sus ojos verdes como algunas veces lo está el mar, iba vestida de blanco como una novia pura que se acerca al altar. Me sentía impresionado por la belleza de esa mujer que iluminaba la noche con su luz.
Cuando llegó a la trinchera donde estaba dejaron de escucharse los sonidos de la guerra y todo fue silencio, paz… ella nos transmitía todo aquello que en nuestros meses de contienda habíamos evocado: recuerdos de amor, de abrazos, de caricias, esperanzas… aquello que valoramos cuando no podemos más. Me embargaba tanta paz y tranquilidad que no pude más que cerrar los ojos.
Debí dormirme, porque cuando los abrí estaba en la cama de un hospital, me daba miedo preguntar, había sido tan hermoso que temía que no fuese más que un sueño. No tuve que esperar mucho para recibir noticias, la guerra había terminado hacía ya casi un año y yo me había pasado todo ese tiempo en coma, y justo cuando habían perdido toda esperanza de recuperarme había despertado, dos horas después de la visita de aquella hermosa mujer vestida de blanco, mi esposa me lo contaba entre lágrimas, intentó averiguar quién era pero no descubrió nada, la mujer se había ido antes de que ella volviera de comer, yo estaba aturdido y a punto de creer que nada había pasado, que todo había sido un sueño, cuando recibí la noticia, yo era el único superviviente de mi compañía, pero lo más esclarecedor para mí y desconcertante para ellos era que todos mis compañeros habían muerto con una sonrisa en los labios…
Estoy deseoso de poder salir de aquí, de noche me asomo a la ventana y me paso las horas mirándola, sé que nunca más volveré a ver a Mama Quilla, pero todavía recuerdo su rostro y por ahora eso es suficiente para mí.
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