Todo un placer

Hoy es el último día de verano (bueno, no exactamente, pero ya me entendéis) y para despedirlo, os dejo un relatillo que espero que os seduzca.

Miro a Blanca con fijeza y detecto que está a la espera de que descargue la gran bomba sobre ella, lo que no sabe es que es mucho peor de lo que imagina.
—Venga Valeria, suéltalo ya. —Me pide con voz cansada.
Llevo varios minutos dándole vueltas sobre cuál es la mejor manera de confesarlo.
—Es que no sé cómo decírtelo. Es un tema… Personal.
—Ni personal ni narices. Es muy fácil, juntas los labios y vocalizas. —Me dice para quitarle hierro al asunto.
—Prométeme que te lo vas a tomar con calma.
—¿Cuándo no me he tomado yo algo con calma? —me pregunta muy seria. ¿De verdad espera que le responda? Sigue mirándome, así que adivino su respuesta.
—Tú nunca te tomas nada con calma. Esa es la razón por la que no sé cómo decírtelo.
Va a contradecirme, pero se lo piensa mejor y no dice nada.
—De acuerdo, vamos allá: me he vuelto frígida.
—¡¿Qué te has vuelto frígida?! —decir que grita es quedarse corta, casi puedo afirmar que su voz supera la barrera del sonido.
Toda la cafetería en pleno se gira a mirarme y yo tengo ganas de meterme debajo de la mesa para ahorrarme las miradas sorprendidas, apenadas y curiosas que me dedican los presentes.
Hay algunos lo bastante atrevidos como para ofrecerse a solucionar mi problema, me limito a esbozar una sonrisa, que ni acepta ni descarta ninguna oferta, e intento retomar el hilo de mi conversación con Blanca.
—Lo siento. Es que me has pillado desprevenida.
—Ya veo. —Contesto sin mirarla.
—De verdad que lo siento, Vale. Y ahora ¿dime por qué crees que te has vuelto frígida? —me pregunta para desviar la atención de ella.
Como necesito una segunda opinión, me trago mi enfado y le expongo los hechos:
—¿Te acuerdas de lo que pasó el sábado pasado?
—¿Te refieres a cuando te fuiste a casa con ese rubio imponente, dejándome sola en la pista de la discoteca? —siento cómo el dardo se clava en mi frente.
—Sí, a eso me refiero.
—Me acuerdo.
—Pues la noche fue decepcionante. Completamente decepcionante, y créeme en esta ocasión el tamaño no era un inconveniente. —Le digo por si queda alguna duda.
—¡Vaya! Pues tenía toda la pinta de saber usar correctamente la varita mágica.
—Ahí está el problema que fui yo la que no fue capaz de sacar el conejo de la chistera.
Durante unos segundos no dice nada, parece concentrada en lo que acabo de contarle, pero entonces se le iluminan los ojos y la conozco lo suficiente como para saber que ha dado con una respuesta que echará por tierra todas mis hipótesis.
—Estoy segura de que una sola experiencia frustrante no es suficiente para determinar tu frigidez.
Ahora me toca a mí echar por el suelo su intento de consuelo.
—No es la primera vez. Las últimas veces que estuve con Jaime no fueron como para lanzar cohetes. —Confieso con tristeza mal disimulada.
—¿Por eso cortaste con él?
—¡No! Lo dejamos porque ya no había nada que salvar. —Le explico, y añado—. ¿Podemos irnos a otra parte? Estoy empezando a ponerme enferma con tanta mirada de soslayo.
—Sí, será mejor que nos vayamos a tu casa. ¡Tengo una idea!
Después de su respuesta me replanteo si es una buena opción dejar la cafetería. Las ideas de Blanca casi nunca terminan bien.
En los quince minutos que tardamos en llegar a mi casa, la cotorra de mi amiga apenas abre la boca. Lo que me obliga más que permite, a pensar en mi nueva situación.
¿Qué voy a hacer si al final resulta que me he vuelto frígida? Puede que el sexo no lo sea todo, pero no creo que lleve muy bien que no sea nada.
Cuando llegamos al portal saco las llaves del bolso y abro con rapidez, si me lo pienso un poco dudo que vaya a ser capaz de permitirle a Blanca contarme su plan.
—Sé que estás impaciente. —Me dice—, pero espera un poco que ya verás como tengo la solución perfecta a lo tuyo.
—Seguro. —Le contesto con una sonrisa neutra.
En cuanto entramos en el piso corre a mi despacho y enciende el Mac sentándose en la silla de mi escritorio. Me hace un gesto con la mano para que me siente en la silla de en frente. ¡Genial! Ahora se apodera de mi casa.
—Tal como yo lo veo, Vale, tienes tres opciones:
1º Pedir cita con un psicólogo.
2º Comprarte un juguetito y probar con él.
Y la tercera y mi favorita, buscar la ayuda de un profesional.
—Eso ya lo has dicho. —Me quejo. ¿Tan mala memoria tiene?
—No esa clase de profesional. —Confiesa mientras teclea en mi pc—. Seguro que podemos encontrar a alguien discreto y con experiencia.
—¡Estás loca! No pienso hacer... Eso.
Sabía que Blanca no idearía nada bueno, y aun así, la he dejado que tomara las riendas. Al final va a resultar que la loca soy yo.
—Vale, no te estreses. Encontraré otra opción. Déjame pensar…
—Creo que ya lo has hecho. Llamaré a Fabián y concertaré una cita. Le conozco desde siempre y tiene fama de ser muy buen psicólogo.
Fabián es el nieto de la mejor amiga de mi abuela. De niños jugábamos mucho juntos, y de mayores conservamos nuestra amistad. Fuimos al mismo instituto y su facultad lindaba con la mía. Siempre me he sentido cómoda con él, y hemos sido capaces de hablar de cualquier cosa.
—Mala idea. ¿Cómo vas a contarle a un chico guapo e inteligente que te has vuelto frígida? —me pregunta, escandalizada.
Sin responderle levanto el dedo índice para indicarle que calle y cojo el iphone dispuesta a seguir mi instinto.
Me contesta a la llamada una mujer que deduzco que es su secretaria, cuando me anuncia que Fabián está ocupado en esos instantes, pero que ella misma me dará la cita que necesito. Le agradezco su ayuda cuando me cuela en el hueco reservado para las urgencias. Cuelgo satisfecha, ya he dado el primer paso para superarlo.
—Sigo pensando que mi tercera opción era perfecta. Comenta Blanca con indignación.


Estoy trasteando en la cocina cuando suena el telefonillo del portal, hace horas de Blanca se ha ido, y no espero visitas.
—¿Quién es?
—Valeria, soy Fabián. ¿Puedo subir?
—Claro. —Le abro entre sorprendida y preocupada. ¿No querrá cambiarme la consulta, no? Puede que lo mío no sea exactamente una urgencia, pero…
Cuando aparece en mi puerta respira con dificultad, por haber subido corriendo las escaleras, y un mechón oscuro le cubre sus ojos marrón chocolate.
—Vale, ¿estás bien?
—Estoy bien. Vamos, pasa.
Entra delante de mí y se para en medio del pasillo para que yo marche delante de él. Le guío hasta el comedor y le indico que se siente conmigo en el sofá.
—Cuando he visto tu nombre en la agenda de las urgencias me he preocupado, pero Marta ya no estaba en la consulta para preguntarle por tu llamada.
—¿Marta? —No me gusta nada cómo suena ese nombre en sus preciosos labios. ¿Preciosos?, ¿de dónde ha salido esa idea?
—Mi secretaria. ¿Por qué has pedido una cita? Si me hubieras llamado habría hablado contigo sin necesidad de eso.
—En realidad te he llamado al móvil y ha contestado la tal Marta. Y por otro lado, lo que necesito es una consulta profesional. —Siento cómo me sonrojo. ¡Mierda! Es probable que Blanca tenga razón y haya sido una mala idea buscar a Fabián.
—Cuéntame. —Me pide y voz ha sonado profesional.
Tomo aire de golpe y le confieso mis dudas.
—Es posible que me haya vuelto frígida.
Ni siquiera parpadea. Lo que me produce una extraña sensación de alivio.
—¿En qué te basas para pensarlo? —me pregunta con la misma actitud distante. Nada que ver con el amigo que ha entrado presuroso y preocupado en mi piso.
Le cuento lo de Jaime y lo del rubio, y le acabo confesando que lo del rubio lo hice para comprobar si mi hipótesis sobre mi carencia era cierta.
—Vale, no creo que ese sea tu problema. Por lo que me cuentas estoy bastante seguro de que puede ser otra cosa. —Me dice con sus ojos clavados en los míos—. Puede que tu mente y tu cuerpo necesiten algo más que deseo. Por lo que me has dicho con Jaime fue bien hasta que se rompió vuestra relación, y con el chico de la discoteca tampoco hubieron sentimientos de por medio.
—¿Entonces mi cabeza funciona bien?, ¿y mi cuerpo también?
—Eso creo. —Me dice con una sonrisa que me indica que mi amigo Fabián ha vuelto.
—¡Mierda! —Espeto cuando me doy cuenta de lo demás.
—¿Qué pasa? —su confusión me hace sonreír. Está monísimo con la boca entreabierta y los ojos agrandados.
—No voy a poder confirmar tu teoría en mucho tiempo. No tengo sentimientos por nadie ahora mismo. —Confieso.
—Eso no es del todo cierto. No tienen porqué ser sentimientos de amor eterno, también son sentimientos la atracción, la confianza, el afecto o la amistad.
¡Oh oh! ¿Atracción? De eso tengo mucha. ¿Afecto? Sin duda siento afecto por alguien. ¿Confianza? También tengo de eso. ¿Amistad? Nuestra amistad viene de largo, ha resistido el tiempo y nuestras vidas.
Noto cómo mi vientre comienza a despertar en cálidas oleadas, las imágenes que evoca mi mente son mucho más eléctricas que mis últimas experiencias.
Es capaz de adivinar lo que estoy pensando porque se inclina hacia mí justo cuando yo también lo hago. Poso mis labios sobre los suyos y le introduzco la lengua con ansiedad. Su boca sabe a tabaco y a caramelos de menta.
Gimo cuando me empuja con delicadeza en el sofá y me separa las piernas. Mientras nos besamos y nos mordemos, sus manos desabrochan mis vaqueros para terminar tirando de ellos por los muslos.
Su cálida mano presiona mi centro, y las vibraciones se duplican con rapidez. Introduce un dedo en mi tanga y en mi cuerpo y es tan placentero que grito en su boca, que acalla mi queja.
Su dedo entra y sale de mí y su palma presiona y juega con mi sexo. Cuando estoy segura de que voy a estallar se aparta y me observa con los ojos brillantes.
—¿Qué estoy haciendo? —se pregunta con la voz ronca.
—Por favor, no pares. —Le pido, asiéndole por la camisa para que vuelva a besarme.
Siento que no voy a tener suficiente con sus manos, por lo que, sin dejar de besarle, le desabrocho el cinturón y los pantalones. Esta vez no se aparta. Me deja hacer y terminamos los dos tumbados en mi sofá mientras él se hunde con un gemido ronco en mí.
Me agarro a sus nalgas y le insto para que vaya más rápido y se entierre más profundamente. El éxtasis me arrolla y los pensamientos racionales quedan para otro momento.
Cuando por fin puedo hablar abro los ojos y me topo con su mirada expectante. No soy capaz de explicar porqué lo sé, pero adivino que cree que me voy a arrepentir de lo que ha pasado entre nosotros. No es el caso:
—Gracias. Ya no tengo ninguna duda. —Le digo, alzando la cabeza para darle un beso en los labios, ya tranquilizarle.
—Ha sido todo un placer.
—¿Sabes? No estoy segura de estar curada por completo. ¿Crees que podríamos comprobarlo de nuevo?
—Estaba esperando que me lo pidieras. —Dice antes de devorarme de nuevo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Déjame tu opinión.
¡Gracias!