¿Qué fue antes?

¿Qué fue antes? El huevo o la gallina...
Ante semejante inicio estoy segura de que os habéis imaginado que me iba a poner aquí a filosofar sobre el origen de la vida y el universo. Nada más lejos de la realidad, como mucho me contentaré con especular sobre el origen de una novela, que aunque a simple vista parezca un universo diminuto, tiene su aquel, para qué vamos a decir que no. 
Y es que para mí la parte más complicada de escribir una novela es encontrarle un título. Algo que seguro que pensáis que no debería darme tanto la lata, pero es que dar con EL TÍTULO, y conseguir que sea intrigante, llamativo y que además case perfectamente con la historia, es la tarea más hercúlea con la que me topo literariamente hablando. 


Ante la pregunta ¿qué fue antes el huevo o la gallina? Yo me quedo con el huevo porque los títulos se me dan fatal. Además, para darle más jugo al tema, soy incapaz de seguir escribiendo si no doy con EL TÍTULO. ¿Cómo voy a escribir una novela si ni siquiera tiene nombre? Si no tiene nombre no existe. Punto.
Me obsesiono tanto que al final termino poniendo en el encabezamiento cualquier título que me parezca mínimamente decente.
El problema es que como no termina de convencerme, no me quito la idea de la cabeza.

 

Y es que ¡leches! Todos los títulos buenos ya están pillados (pasa lo mismo que con los hombres, ¿no es curioso?)
Como además tendemos a ser superficiales y lo primero que nos atrae de un libro es la portada y el título (retomamos el símil entre títulos y hombres) Pues el título, que además de la historia, es el único punto en el que el autor tiene voz y voto, se convierte en algo tan importante como desesperante.
Lo que te lleva a seguir rumiando...


Estás preparado para hacer una lista con todas las opciones que se te ocurran. Total, aún tienes tiempo para escoger el título y terminar la historia. Te quedan cuatro meses hasta que llegue la fecha de entrega.


Tu ánimo está por las nubes. ¡Es pan comido! Y oye, que el título provisional tampoco está tan mal.
La cuestión es que terminas la novela y sigues sin haber dado con el título perfecto. Ese que hará que tu novela se venda como churros, que se traduzca a tropecientos idiomas que y sea llevada al cine de la mano del mismísimo Steven Spielberg.

Finalmente llega el día D y todo sigue como al principio, es decir, todavía con título provisional y sin perspectivas de dar con EL TÍTULO.
Ya sin esperanzas, entregas la novela a tu editor, y cruzas los dedos para que le guste lo que le has mandado (incluyendo el dichoso título)


Por fin te llega el correo de tu editor en el que te dice lo mucho que le ha gustado la novela, y te pregunta con sutilezas, si te parecería bien cambiarle el título a la novela. Tú sonríes interiormente. Tras meses dándole vueltas al tema lo que tiene sobre la mesa es lo máximo a lo que has llegado, y él/ella, espera encontrar EL TÍTULO, en unas pocas semanas. ¡Seguro que sí!
Claro, dices, ¿qué me propones?
Entonces te responde y lo único que puedes hacer es esforzarte en cerrar la boca. Que casi se te ha desencajado de la impresión.


Definitivamente, amiga, lo tuyo no son los títulos. Aunque como siempre, el primer paso es admitirlo, y ese ya lo has dado.

2 comentarios:

  1. Titular es tan complicado como escribir y enganchar. Me ha gustado tu post.

    Por cierto soy Pérfida
    Un saludo coleguita

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  2. Me he partido de risa con tu articulo. No sabía que fuera tan difícil.
    Besitos.

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