Un amor delicioso
Capítulo 1
Lis estaba de bastante mal humor, algo que venía siendo habitual cada viernes de cinco a siete de la tarde. Exactamente desde que entraba en el curso de cocina al que se había matriculado con la esperanza de aprender a cocinar algo medio decente y de que su hermano James dejara de burlarse de sus inexistentes dotes culinarias. Dicho mal humor desaparecía en cuanto dejaba de ver a cierto compañero hiperperfecto que la sacaba de quicio y que, para más señas, se había convertido en su compañero de mesa.
Lástima que su primera impresión hubiese sido tan equivocada, se lamentó mientras recogía su cabello corto en una diminuta coleta y se ponía el delantal blanco que todos llevaban.
La primera vez que lo vio se quedó prendada de sus ojos violeta y su sonrisa traviesa, incluso rezó para que el profesor los pusiera juntos. Lo lamentable radicó en que ésa fuera la primera vez, en sus veintiocho años, que el Todopoderoso tuvo tiempo que dedicarle. Y es que Matt Ewing podía estar buenísimo y destilar encanto por cada poro de su piel, pero era un prepotente de mucho cuidado, o al menos ésa era la impresión que había sacado Lis tras dos breves conversaciones con él y unas cuantas horas de pie a su lado disfrutando de sus elegantes movimientos y del delicioso perfume de su aftershave.
Durante su primera charla, había tardado dos segundos, tras responder a su amable saludo, en preguntarle si era escocesa, algo que le molestó de un modo exagerado, ya que ella no tenía ningún acento que la delatara.
En su segunda conversación se había jactado de tener buena mano en la cocina, consciente de lo pésimo que se le daba a ella.
—Creo que lo estás haciendo mal —le dijo con suavidad inclinándose sobre ella, que era unos buenos veinte centímetros más baja—, tienes que batir primero los huevos. —Te equivocas —lo cortó ceñuda.
—Creo que no. —Le dedicó una sonrisa arrebatadora y siguió batiendo sus huevos. —Bueno, pues estoy segura de que lo haces, así que gano yo —le espetó con muy poca amabilidad. «¡¿Por qué narices tiene que estar tan bueno?!»
Él se rio divertido, aunque la tendencia tremendista de Lis confundió su alegría con burla.
—No sabía que era una competición, ni mucho menos que hubiera un vencedor —explicó con la mirada clavada en sus rosados labios.
—Siempre hay un ganador. Deberías saberlo.
Matt se calló. La chica era rubia y menuda, pero el brillo de decisión que había en sus ojos la engrandecía. Además, lo único que pretendía al hablarle era conocerla, entablar una amistad, dar pie para poder invitarla a una copa al terminar las clases… para nada molestarla o conseguir que lo odiara. Era demasiado bonita para odiarlo, él quería comenzar con una copa, después una cena y tal vez surgiría entre ellos algo más… De momento él ya se sentía cautivado.
Apartó la vista de la carita de hada que lo miraba preguntándose si era mentalmente cuerdo, y siguió con la receta, con la convicción de que iba a ser imposible que esa mujer aceptara tomarse algo diferente al cianuro con él; por supuesto ella se limitaría a servírselo, pensó riendo.
Cada uno terminó su plato; evidentemente, el de Lis fue un desastre mientras que el de él no sólo tenía un aspecto delicioso, sino que sabía de igual manera. Y eso mismo fue el detonante de su abierta animadversión por su compañero. A Lis no le gustaba perder, pero todavía le gustaba menos hacerlo ante un hombre educado y atractivo que parecía capaz de hacer cualquier cosa sin apenas concentración.
Y es que, mientras que ella se había matriculado en el curso de cocina para principiantes y hacía honor a su estatus de novata, él era diestro y elegante hasta para batir los malditos huevos. De manera que Lis aventuró que el único motivo que lo había llevado hasta allí era su interés por ligar con alguna de las chicas que asistían a la clase de cocina. «Como si él necesitara alguna ayuda extra para conseguir a una mujer», le recriminó su conciencia, pero la acalló decidida a no dejarse convencer, ni siquiera por ella misma.
De las quince personas que asistían al curso, cuatro eran hombres jóvenes que se
pasaban más tiempo mirando a las asistentes femeninas que leyendo las recetas o poniéndolas en práctica. Siendo justa, algo que en ese instante le molestaba normemente ser, Matt no entraba en ese grupo.
Respiró varias veces antes de adentrarse en el aula; entre el fastidio y el mal humor, se filtraba el nerviosismo. En cuanto pisó la enorme cocina, se dio cuenta de que su compañero todavía no había llegado, algo extraño dada su extrema puntualidad británica.
Intentando ocupar su tiempo en algo más útil que mirar hacia la puerta para ver si entraba, se puso a revisar la receta que iban a preparar esa tarde: pollo al horno a la mostaza con miel. Frunció el ceño; así a priori el título no conseguía que se le hiciera la boca agua. Desvió la atención hacia la hoja de ingredientes:
1 pollo entero
4 patatas medianas
1 taza de miel
½ taza de mostaza
Sal al gusto
1 ajo
Perejil
Aceite de oliva
1 cebolla
1 vaso de caldo de verduras sin sal
Con la lista delante, el pollo al horno a la mostaza con miel mejoraba un poco. No obstante, no quiso hacerse ilusiones, seguramente acabaría poniéndole azúcar en lugar de sal, o algo peor, y quemándolo para diversión de toda la clase, que cada viernes esperaba sus recetas con entusiasmo.
Por más que se regañó a sí misma por ser incapaz de centrarse en pelar las patatas, Lis se pasó los siguientes quince minutos mirando hacia la puerta para ver si finalmente Matt aparecía. No fue así. El tiempo pasó, los alumnos retrasados llegaron, pero su compañero no entró por la puerta del aula.
Comenzó a sentirse incómoda ante su inesperado interés. «¿No había decidido ya que no me cae bien? ¿Por qué narices estoy tan pendiente de si asiste o no?» Acabó por justificarse alegando que, con él cerca, la clase de cocina era más amena. Cuando estaba Matt, todo era más entretenido. Las dos horas que duraba la clase se le pasaban veloces poniéndole mala cara o refunfuñando por lo perfectos que eran sus platos.
El que fuera un hombre atractivo, que además olía maravillosamente bien, no tenía nada que ver con sus ganas de verlo. Nada de nada.
Tras dos viernes seguidos en los que Matt no apareció en las clases de cocina, Lis se planteó la posibilidad de hacer lo mismo y no asistir esa tarde. Había tenido un
día horripilante: las telas les habían llegado con retraso y ahora iban a tener que trabajar más horas extra para llegar a tiempo a la entrega. Para colmo, se trataba de Alice Ewing, una clienta a la que quería impresionar a toda costa; además, se le había roto un tacón de sus Louboutin al salir del taller, y después estaba James y su corazón lastimado.
Suspiró, permitiéndose durante unos segundos dejarse llevar por la autocompasión, la misma que no le había permitido sentir a su hermano.
—Ya es suficiente —se dijo en voz alta—. Hay que moverse o te deprimirás
todavía más.
Decidida a no dejarse vencer por el desánimo, se atusó su cabello dorado y corto, se puso el abrigo, se colgó el bolso y salió por la puerta, dispuesta a volver a quemar la comida o a confundir la sal con el azúcar, ¡qué más daba cuál fuera la catástrofe culinaria de la tarde! Cualquier cosa era mejor que quedarse en casa lamentándose.
Matt se sentía impaciente porque comenzara la clase de cocina. Había estado fuera de Londres varias semanas para tratar la compra de un viñedo en el que su padre estaba interesado, y tenía ganas de retomar su rutina. El viaje a España había sido agradable... el tiempo cálido a pesar de estar en otoño, la comida deliciosa; no obstante, no había disfrutado de la estancia tanto como habría sido de esperar. En esos días se había encontrado a sí mismo pensando, en numerosas ocasiones, en recetas de cocina y en compañeras rubias y menudas con sonrisas angelicales y ojos que brillaban traviesos.
Se volvió cuando notó que alguien lo tocaba en el hombro; su corazón se aceleró
de anticipación y… se desaceleró en cuanto vio de quién se trataba o más concretamente de quién no se trataba.
Vivien, una de las compañeras del curso que llevaba haciéndole ojitos desde el primer día, le sonreía con picardía parada ante él en una postura que hacía que sus senos estuvieran a punto de salirse de su ajustado jersey de cachemira.
—Rebienvenido, Matt —lo saludó con una sonrisa expectante.
—Muchas gracias, Vivien —contestó tratando educadamente de señalarle que no estaba interesado.
—Te hemos echado mucho de menos, sobre todo tu compañera —dijo con intención de hacer quedar mal a Lis—. Aunque yo no me he quedado corta, y eso que la pobre ha estado muy desanimada estos días que no te ha visto. ¡Ha quemado más sartenes que nunca!
Matt notó la mordacidad de sus palabras, pero no le importó, ni siquiera le prestó atención a lo que trataba de insinuar. Su mente se había quedado atorada en la primera parte de su discurso, una parte que deseaba con todas sus fuerzas que fuera cierta, aquélla en la que, según Vivien, Lis lo había echado de menos.
—A mí me ha sucedido lo mismo, la he echado mucho de menos —respondió casi sin pensar, movido por la necesidad de protegerla.
—¿De verdad? —preguntó detrás de él la voz de la susodicha—. Cualquiera lo diría, puesto que no me has llamado en todos estos días.
Matt sonrió siguiéndole el juego; los dos sabían que era imposible que la hubiera llamado, puesto que no tenía su teléfono, pero al parecer Lis había escuchado su conversación con Vivien y quería vengarse de la velada burla de la que había sido objeto.
Tanto Vivien como Matt se volvieron para encontrarse de frente con una sonriente hadita de rostro dulce y mirada retadora.
—¡Oh! ¿Estáis juntos? —preguntó ésta cada vez más sorprendida.
Matt sonrió para sí; «A ver cómo sales de ésta, rubita», se dijo divertido.
—Nos estamos conociendo, pero sí… podría decirse que estamos juntos. Gracias por preguntar, Vivien. Eres muy amable. —Su sonrisa fue cándida y dulce.
Matt estuvo a punto de atragantarse con su propia saliva.
Matt abrió los ojos como platos ante la afirmación de ella. Había que reconocerle el mérito, sabía mentir. Lo había dicho todo con tanta naturalidad que, si no hubiese sido porque era uno de los implicados, habría creído a pies juntillas sus palabras.
Una idea bulló entonces en su cabeza, una idea que caldeó su cuerpo e hipersensibilizó su piel.
—Vivien, si nos permites, Lis y yo vamos a tomarnos la tarde libre, tenemos mucho de que hablar, ¿verdad, preciosa?
Esta vez fue el turno de ella para sorprenderse.
—Claro. Tenemos que ponernos al día, precioso.
Salieron antes de que el profesor apareciera por el aula. Lis volvió a rezarle al
mismo dios que la había escuchado la última vez, para que éste apareciera y les impidiera marcharse, pero, en esta ocasión, el Todopoderoso debía de estar ocupado porque salieron de allí sin que nadie les llamara la atención.
Matt la guio hasta una cafetería cercana. Sin hablar más que para agradecerle que le abriera la puerta, se sentaron a una de las mesas del local. Inmediatamente se acercó una camarera, que le dio un buen repaso a su acompañante, antes de inclinarse sobre él, invadiendo su espacio para preguntarle qué deseaba tomar.
Él apartó la mirada de la camarera y le preguntó con una sonrisa:
—¿Qué quieres tomar, Lis? ¿Un té, un café?
—¿Té? Odio el té.
La camarera la miró como si hubiera cometido un sacrilegio; Matt sólo rio por lo
bajo.
—Si no te importa, prefiero una pinta bien fría.
—Que sean dos.
La chica se marchó tras dirigirle otra mirada apreciativa a Matt que a Lis no se le escapó.
—Creo que has escandalizado a la camarera —bromeó.
—Estoy segura de que eso lo has hecho tú. La pobre no podía dejar de mirarte, y la verdad, no entiendo por qué —le dijo sonriendo.
—Acabas de romperme el corazón y estoy casi seguro de que lo estás disfrutando.
—Me has pillado —dijo levantando los brazos en señal de rendición.
En ese instante la muchacha regresó con las bebidas, que depositó delante de Matt sin siquiera mirar a Lis. Ésta se mordió la lengua para no decirle lo que pensaba de ella y le brindó una sonrisa alentadora a Matt, en honor de la morena que les servía las cervezas.
—¿Dónde has estado estas semanas? —Intentó imprimir a su voz indiferencia, pero la verdad era que estaba muy interesada en la respuesta.
—De viaje de negocios; ¿por qué, me has echado de menos?
—Sabes que sí. Te lo ha contado Vivien delante de mí hace un ratito, ¡qué mala memoria tienes!, vas a tener que probar con los rabos de pasa. —Matt se sentía fascinado con esa mujer que bromeaba con él con mordacidad y dulzura al mismo tiempo; sin duda nunca había conocido a nadie como ella.
—Tienes razón, lo olvidé. ¿Y qué tal las clases? ¿Ya eres capaz de hacer una omelettesin quemar la sartén?
—Sabes que no, y no deberías burlarte. No es muy caballeroso por tu parte —lo regañó mucho más cómoda de lo que se había sentido nunca a su lado.
—¿Sabes? Voy a compensarte.
—¿Y cómo vas a hacerlo? —preguntó intrigada.
—Muy fácil. Voy a enseñarte a cocinar.
Consíguelo en:
Lo tengo !! Lo tengo!! Olga me encanta como escribes!! Besos
ResponderEliminarPARA 2016 QUE TIENES PENSADO PUBLICAR?
ResponderEliminarESTOY IMPACIENTE¡¡¡¡¡